24 de febrero de 2013

No.

Yo no lo sé, ¿acaso  tú sí?

Al menos eso me hacías pensar, tus ojos se clavaban en los míos y tu postura reclamaba a gritos una respuesta. Pero por más que le daba vueltas a la pregunta en mi cabeza no tenía ni la menor idea de qué responderte.
Podía hasta sentir la cara de idiota que tenía, mirándote sin más, como si estuvieras hablándome un idioma que no conseguía descifrar.
Y no estaba muy lejos de esa realidad, no descifraba por completo eso que me habías soltado, sin venir a cuento.

Todo se acabó, la presión que sentía desapareció. Y tú con ella. Y fue en ese mismo instante en el que supe la respuesta.
Tan seca, tan clara, tan difícil de decir.

No.

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